Además, hay que hablar con el colegio para que los profesores lo tengan en cuenta y tomen medidas especiales (sentarle en la primera fila cerca del profesor, alejarle de la ventana o de estímulos que puedan distraerle, etc.). Por último, si el pequeño presenta un trastorno grave, se le administran fármacos. Se suelen utilizar dos: metilfenidato (derivado de la anfetamina) y atomoxetina.
Mientras dura el tratamiento, el niño deberá acudir a controles con el especialista. Si padece hiperactividad leve o moderada, que no altera el rendimiento académico o no afecta a la relación con otros niños y a la armonía familiar, no necesitará fármacos. Basta con la ayuda en el colegio y con la psicoeducación de los padres.
Por regla general, con el paso de los años los síntomas de inquietud e impulsividad se atenúan, pero el déficit de atención suele permanecer. Hay niños que al llegar a la adolescencia mejoran y ya no necesitan fármacos, pero otros muchos siguen padeciendo el trastorno. “El niño hiperactivo tiene una alta probabilidad de ser un adulto hiperactivo”, dice la especialista. Y es que, según un estudio realizado en el Hospital Universitario de la Vall de Hebron, en Barcelona, existe relación entre un gen (Latrofilina 3) y la persistencia del trastorno en adultos.
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